Cuantas veces hemos escuchado "lo barato sale caro", casi siempre en referencia a supuestas super ofertas que encontramos en casi cualquier producto de consumo diario, desde una calabaza, unas zapatillas, o hasta una televisión.
El problema parece ser que la alternativa a lo barato ha sido siempre lo caro, y además envuelto en una retórica casi mística que nos conduce a consumir lo que una conocida marca nos ofrece bajo el sello de "...la de toda la vida", "... no somos marca blanca", "...ahora con una nueva fórmula", o "con un 30% más", y mil estrategias más que nos intentan convencer de que debemos pagar lo que nos pidan porque su marca es una garantía. Lo que parece que no nos hemos planteado demasiado es si lo caro también salía caro, o mejor aún que era para nosotros salir caro.
En las últimas décadas, de forma silenciosa y en cierto modo con nuestra complicidad, se ha producido un fenómeno más que estudiado, comentado y denunciado por miles de activistas, periodistas, científicos y colectivos de todo el mundo basado en la deslocalización de la producción de bienes de consumo a nivel mundial, ya sea alimentos o tecnología, energías o beneficios financieros, de forma que todo acaba viajando miles de kilómetros para ser consumido en la otra parte del mundo en la que fue producido. Pero esto en sí no sería un problema si no fuera entre otras cosas porque lo que se produce en la otra parte del mundo para ser consumido por ejemplo en nuestro país ya se producía aquí y se dejo de hacer porque a las multinacionales de la producción y distribución de bienes de consumo les sale más barato fabricarlas en lugares del mundo donde los costes (mano de obra, impuestos, legislación medioambiental, etc) son minúsculos y por tanto los beneficios enormes. Y esto además ha venido de la mano de una concentración de poder impresionante, nunca antes vista, de forma que el 90% de lo que consumimos esta controlado por una decena de empresas multinacionales que operan a través de centenares de filiales que dan la falsa sensación de que existe una verdadera competencia en el mercado, haciendo ver que la liberalización del mismo ha traído como resultado una guerra de precios que nos ha permitido tener acceso a los alimentos y bienes de consumo a precios muy bajos.
En todo este análisis vamos a centrarnos ahora en los alimentos analizando varias dimensiones del problema:
En primer lugar debemos pensar que ese precio supuestamente bajo lo sería si lo que se compra se corresponde con lo que dice ser... dicho de otro modo, que el precio de una calabaza sería realmente bajo si comprásemos en realidad una calabaza, y no algo con forma de calabaza, con más contenido de agua, menos cantidad de nutrientes de los que cabría esperar, y con un cóctel de productos químicos que nunca debieron estar en una calabaza.
En segundo lugar nunca deberíamos olvidar que los alimentos que son producidos en otros países en monocultivos, extensiones gigantescas de terreno, con un consumo enorme de insumos, petróleo, etc, están impidiendo que en ese país se desarrolle una agricultura de autoabastecimiento que permita alimentar a la población a precios razonables y mantener una estructura económica sana, independiente y no clientelista. Por todo ello el resultado de la calabaza consumida a precio reducido en mi país suele producir en primer término la imposibilidad de que unos ciudadanos por ejemplo de Senegal puedan cultivar sus propios alimentos, y por contra tengan que importar alimentos producidos en otras partes del mundo a precios desorbitados para sus menguadas economías de subsistencia.
En tercer lugar debemos analizar los numerosos estudios que hablan del impacto medioambiental que supone para el planeta una agricultura dependiente de los recursos fósiles, basada en la deforestación, el agotamiento de las tierras de cultivo, el transporte innecesario de alimentos a miles de kilómetros, la superproducción para controlar los precios en base a una falsa oferta y demanda, y por último la generación de residuos bien sea en la producción y el transporte o en el desperdicio de casi la mitad de lo producido, en base a reglas estéticas caprichosas y artificiales impuestas por el supuesto "mercado".
En cuarto lugar debemos reflexionar sobre la repercusión que tiene en nuestra propia economía - si lo de pensar en el medio ambiente te parece abstracto, o lo de ponerte en el lugar de un senegalés te resulta difícil - dejar de producir alimentos para importarlos de la otra parte del mundo sólo porque supuestamente son más baratos. Aquí no he escuchado nunca decir lo de "lo barato sale caro". Sin embargo creo que esta debería ser la acepción más usada de la expresión.
Si tenemos en cuenta que cuando compramos alimentos en las grandes distribuidoras de este país, su precio aparentemente bajo estará compuesto de: una mínima parte para el productor (muy mínima por cierto), una gran parte para los transformadores y distribuidores, y otra mínima parte para el estado en forma de impuestos y además sabemos que la distribución mundial de bienes de consumo está en manos de una decena de empresas, de esta manera la mayor parte del precio pagado por el alimento irá a parar a una de esas empresas, que por cierto aún dando trabajo a muchas personas en distintos países, no se caracterizan por ser muy solidarias con los estados en los que operan, pues se les atribuye una gran afición por los paraísos fiscales, las cuentas ocultas, las empresas pantalla, la manipulación de precios, la explotación de campesinos y pequeños productores, la acaparación de tierras, y otras prácticas poco saludables.
De esta forma cuanto más dinero damos a estas empresas, menos dinero queda en nuestro país, menos tejido productivo, más gente sin trabajo, y menos impuestos recaudados.
Si bien es cierto que a primera vista cuando lleno el carro de la compra me parece haber ahorrado gracias a la formidable "política de precios siembre bajos" de estas maravillosas empresas, el coste social de nuestro consumo lo acabaremos pagando todos en forma de aumento del paro, desaparición de agricultores, abandono de la tierra, desertificación, incendios forestales, etc.. por no hablar del coste sanitario derivado del consumo masivo de "productos aptos para el consumo" repletos de químicos, tóxicos, hormonas y antibióticos, que han sustituido a los verdaderos alimentos frescos naturales y ecológicos, que podríamos comer si el modelo agro alimentario estuviera en manos de la población y no en manos de las multinacionales.
Cuando comparamos un alimento producido en nuestro entorno más cercano, distribuido en canales cortos de comercialización, tiendas de barrio, mercados locales, que además si ha sido producido bajo practicas de agricultura ecológica por lo que estará libre de cargas medio ambientales, tendrá un mayor contenido nutricional, y estará libre de tóxicos, si comparamos el precio de este alimento con otro producido en la otra parte del mundo, con una carga social para el país que lo produjo en forma de falta de alimentos y desnutrición para su población, paro, - y hasta guerras en algunos casos - y con una carga medio ambiental por la contaminación producida en el almacenamiento y transporte a miles de kilómetro de distancia, cuando comparamos estos dos productos no podemos coger el precio de venta como el único diferencial para decidir que alimento o bien de consumo es más barato. No puede ser el precio el factor decisivo para escoger un modelo de consumo u otro. Aquí si debemos aplicar el dicho "lo barato sale caro", pues son muchas las consecuencias directas e indirectas sobre nuestras economías y sobre las de otros lugares del planeta, sobre nuestra salud, y sobre la del medio ambiente.
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