En México, como en varias partes del mundo está vigente el dilema de comer lo que sea o comer sano. Las compañías trasnacionales que venden semillas y agroquímicos han articulado una ofensiva voraz en contra de las semillas autóctonas y quienes las siembran y cuidan. En muchos caminos de México no es raro encontrar al lado de los cultivos anuncios de agroquímicos que presumen mantener verdor y tamaño del maíz, el frijol o el sorgo. Sin duda los rendimientos de esos cultivos son mayores; pero los daños al ambiente (agua, tierra, aire), los daños a la salud de campesinas y campesinos y consumidores, no se estima.
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Centro de Alternativas Ecológicas de la organización GRAANUFERTIL AC en Jolalpan, Puebla, México. |
En aras de combatir el hambre, muchas regiones del mundo están siendo presa de los experimentos de las trasnacionales que siguen llenando su bolsillo a costa de lo que sea. Día a día son más comunes las anécdotas de desórdenes hormonales en mujeres y hombres jóvenes, ya sea que las mujeres llegan embarazarse tempranamente o que los hombres desarrollan las mamas del pecho. Lo que a vista del no especialista sería un uso indiscriminado de hormonas femeninas en la producción de huevo, leche y carne; parecería ser una acción concertada a gran escala donde gobiernos, medios de comunicación, industria alimenticia e industria farmaceútica accionan orquestados buscando la mayor ganancia.
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Comuneros de Jolalpan Puebla en una reunión informativa sobre elaboración de fertilizantes e insecticidas naturales. |
En esta entrega a Agroecológicas tres piezas de este rompecabezas.
1. Una charla de Birke Baehr: ¿Qué pasa con nuestro sistema alimentario?
2. Una ciberacción para parar los cultivos transgénicos con fines comerciales en México
3. Una ficción de Victor Manuel Toledo.
2050: el año en que la humanidad volvió a nacer
Víctor M. Toledo*
Con los resultados en la mano, pruebas, datos estadísticos e imágenes micro y nanoscópicas, un selecto ensamble de especialistas de 23 países agrupados en el Proyecto Renacimiento Humano dio a conocer lo que ellos consideran la causa final de la infertilidad de las mujeres, que en menos de una década ha convertido a la humanidad en una especie amenazada de desaparición: los alimentos transgénicos. Como es sabido, 99.4 por ciento de las mujeres que forman hoy en 2050 la especie humana son estériles, el resto sólo logra procrear individuos deformes, con atraso mental o con enfermedades mortales. El equipo formado por destacados endocrinólogos de la reproducción, genetistas, biólogos moleculares y ginecólogos logró descifrar el gran enigma con la ayuda de investigadores de otros campos. Al estudiar las historias de vida de 13 mujeres que muestran fertilidad total se percataron de un rasgo común: todas nacieron y fueron procreadas en el continente africano y todas pertenecen a grupos étnicos casi extintos, habitantes de remotos lugares selváticos de África. El estudio de estas nuevas Evas reorientó las pesquisas hacia la hipótesis, defendida por especialistas franceses, brasileños y rusos, de que la esterilidad estaba ligada a sustancias que promueven la producción de estrógeno, la hormona que regula la ovulación.
El rasgo en común de las poquísimas mujeres fértiles llamó de inmediato la atención. Lo que brillaba por su ausencia era la explicación del fenómeno. Fue un ginecólogo peruano, apasionado lector de los orígenes humanos, quien sugirió la pista de correlacionar la ingesta de alimentos transgénicos con la esterilidad de las mujeres. La hipótesis comenzó a tomar fuerza cuando se comprobó que ninguna de las mujeres fértiles, todas ellas hermosas diosas de la negritud, había probado en su vida ninguno de los siete cereales malditos: maíz, arroz, sorgo, trigo, centeno, cebada y mijo (además de la soya) genéticamente modificados, que hoy dominan los monótonos paisajes de la Tierra, impulsados cada vez con más fuerza por cinco corporaciones en pleno contubernio con la FAO, la Fundación Gates y los regímenes dictatoriales que controlan el planeta. Estos alimentos, adaptaciones logradas por la bioingeniería, a partir de las creaciones originales de las grandes civilizaciones de la antigüedad, van dirigidas fundamentalmente a encadenar los estómagos de los ciudadanos del mundo a los aparatos corporativos del gran capital.
Habitantes de islas selváticas en un inmenso mar de cultivos transgénicos, estas mujeres se nutrieron básicamente de alimentos locales como tubérculos (yucas, ñames, taros, malangas), frutos silvestres y cultivados, semillas, insectos diversos y la carne de animales capturados o cazados en las selvas. Dado que sus madres, abuelas y demás parientes antiguos estuvieron a salvo de consumir esos milagros biotecnológicos es que estas 13 salvadoras de la especie lograron mantener incólume su capacidad dadora y reproductora de vida. La explicación fina es esencialmente genética y molecular. Dado que un alimento transgénico es aquel obtenido de un organismo al cual le han incorporado genes de otro, llamada tecnología del ADN recombinante, ha resultado oportuno explorar tres causas: el impacto de los marcadores de resistencia a antibióticos en la microflora intestinal de los seres humanos, la consecuente aparición de bacterias patógenas de relevancia clínica y, ligada a las anteriores, la aparición de replicones enloquecidos que violando la barrera placentaria modifican genéticamente las células sexuales de mujeres y hombres. Un replicón es una molécula circular de ADN, que inicia el ciclo de replicación, controla la frecuencia de eventos de iniciación de la replicación, segrega el cromosoma replicado a la célula hija y ordena la producción de componentes estructurales de la célula.
El panorama se ve complicado por las decenas de accidentes nucleares que han ocurrido en prácticamente cada rincón del mundo. Es decir, que la contaminación por radiactividad se ha combinado con la contaminación genética provocada por los alimentos transgénicos, ya que la primera induce, entre otros efectos, la depresión inmunológica, especialmente en las mujeres. Otro fenómeno que se ha concatenado es la drástica desaparición de las abejas y otros insectos polinizadores en las principales regiones agrícolas del planeta –otra vez con la excepción de África–, a consecuencia de los pesticidas y de la propia radiactividad, y que ha reducido en tres cuartas partes la oferta alimentaria. Esto ha tenido un doble efecto: por un lado ha bajado la ingesta de vitaminas y minerales procedentes de alimentos polinizados por insectos, y por la otra el incremento notable, casi exclusivo, del consumo de cereales genéticamente modificados por centenas de millones.
La noticia del descubrimiento ha llenado de esperanza. Un sentimiento que ha corrido a contracorriente de los instintos suicidas de las masas deprimidas y de la soberbia de los ejércitos de científicos que trabajan, a todo vapor, en variedades de plantas y animales genéticamente modificados, cada vez más en sintonía con los intereses mercantiles, y con las tecno-dictaduras que en este año bisiesto de 2050 aún dominan al mundo. El hallazgo ha desencadenado una catarata de rebeliones ciudadanas que radicalmente cuestionan el modelo de vida impuesto en el último medio siglo por el despotismo tecno-capitalista. No se trata solamente de retornar a los alimentos sanos, afirman millones de ciudadanos, se debe terminar de golpe con este experimento sin control en el que los monopolios económicos y políticos han metido a la humanidad, y en el que los seres humanos hemos sido convertidos en meras ratas de laboratorio.
* El 19 de septiembre de 2012 el biólogo francés Gilles-Eric Séralini y sus colaboradores publicaron un artículo científico en la revista Food and Chemical Toxicology, reportando que tras alimentar ratas de laboratorio durante dos años con maíz transgénico NK603, los animales desencadenaron tumores cancerígenos. La anterior ficción está inspirada en esos hechos.
@victormtoledo
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